domingo, julio 26, 2009

Despedida colegial

Éramos niños. Quizá por eso ocurrieron las cosas como os voy a contar. Corrían los últimos años de la década de los 50 del siglo pasado en mi colegio de la Compañía de Jesús... El padre P... no acudió a sus clases y, extrañados al no saber nada de él, otros jesuitas fueron a indagar que le podía haber sucedido a su habitación en la clausura.

Lo encontraron muerto en su cama. Según el médico, debió fallecer poco después de acostarse de modo fulminante, así que su cuerpo tenía cierta rigidez cuando comenzaron a amortajarlo. Por esta causa sus ojos habían quedado abiertos, ya que nadie cerró sus párpados en el momento del óbito....

Montaron un catafalco en la capilla y ante él fueron pasando todos los colegiales para despedirse, curso tras curso, sección tras sección, en fila india. El ambiente, lóbrego; las telas, negras; los olores, a vela; el muerto, ceroso.

Los críos, que en parte no entendían de que iba aquella fiesta, nos dedicábamos a ocultar nuestro temor con alguna gamberrada que otra; así, alguno apostó que le daría un tirón de orejas al muerto....

¡Hasta que el muerto, en plano desfile infantil, abrió los ojos de golpe!. Un alarido de mil pares de cojoncillos atronó el recinto; salieron niños disparados por encima de bancos y a través de ventanas... ¡Milagro, milagro; resucitaba!.

Pero no. Ningún milagro, que todo es más prosaico. Quien le amortajó, cerró sus párpados usando sendas tiras de celo, que los sujetaban entre si, de manera que su rostro apareciera sereno y presentable. Y lo que ocurrió es que aquella improvisación no duró...