miércoles, noviembre 24, 2010

El monago

Mi colegio era un lugar curioso. Jesuitas. Los parvulitos estaban a cargo de un hermano que llegó al colegio, entonces hospital de sangre, más muerto que vivo y como buen requeté prometió a la Virgen y a todo el santoral que si salía vivo se metía cura. ¡Qué ........; me curé!. Y aquí estoy, decía el buen hombre, pequeñico, calvo, coloradote y con los andares propios de un labrador. Repartía pan con las manos a la mínima y con un tino magistral. Guardo de él un recuerdo excelente.

El colegio formaba parte de la provincia vasconavarra. Decían las malas lenguas que la Compañía destinaba allí a lo mejor y más granado de sus miembros. O sea, a los zumbaos. Posiblemente eso explica la presencia del ínclito Arzallus, de quien se conserva como oro en paño una foto que se le sacó en la Quinta Julieta montado sobre un burro, con boina y sotana.

Pero a lo que iba. Por las mañanas asistíamos a misa como monaguillos para aprender como se hacía eso. Como los padres tenían que oficiar tres misas diarias, lo hacían en todas las capillas laterales de la iglesia desde el punto de la mañana, de manera que allí no estábamos más que los curas y los monagos.

Como siempre he procurado bandearme, logré asistir a un padre encantador, que había sido capitán de Artillería antes de ingresar en la Compañía. Todo un personaje. Se ventilaba el asunto en diez minutos, lo que era de agradecer, pues los críos nos aburríamos sobremanera. Así que para distraernos en aquella iglesia solitaria nos dedicábamos a competir con la campanilla...

Ya saben. En ciertos momentos, en especial a la hora de la consagración, se tocaban unas campanillas. Pero nosotros no; repiqueteábamos con furia dando todo un concierto. El brazo se alzaba vertical agitando las campanillas como si tuviésemos el baile de San Vito, para descender en arabescos procurando hacer el mayor ruido posible. Y yo era grande y fuerte, así que lograba efectos espectaculares. En estas estaba, cuando el cura se para un instante, se gira hacia mí y haciendo un gesto con la cabeza exclama:

¡Niño; no jodas!

martes, noviembre 09, 2010

El amigo del pueblo

Algo que ha contado Silvia ha hecho que me acuerde de una anécdota del despacho, que aunque sucedió hace años y quizá haya contado antes, merece la pena recordar de nuevo. El caso es que una de las secretarias avisó de que había una visita que quería ser recibida lo antes posible y que para reforzar su petición aducía que era amigo de la niñez del "gran jefe", del pueblo donde nació.

Cuando se le dijo a este el nombre del visitante, comentó que no sabía quien era y que no había oído nunca hablar de tal persona. Salió la secre a informar a la visita de que no podía ser recibido, "lamentándolo mucho y bla, bla, bla..", a lo que le respondieron que tenía que haber algún error, que su amigo de la infancia nunca le dejaría en la estacada y eso, y lo demás ... Retornó la amable ayudante a presentar la petición y la sorpresa de quien no era reconocido... Y una vez más, al trasladar a este la negativa y el desconocimiento de la presunta amistad, el del pueblo, desesperado, suplicó:

Dígale que soy el hijo'lBaboso...

Fue recibido de inmediato