Éramos niños. Quizá por eso ocurrieron las cosas como os voy a contar. Corrían los últimos años de la década de los 50 del siglo pasado en mi colegio de la Compañía de Jesús... El padre P... no acudió a sus clases y, extrañados al no saber nada de él, otros jesuitas fueron a indagar que le podía haber sucedido a su habitación en la clausura.
Lo encontraron muerto en su cama. Según el médico, debió fallecer poco después de acostarse de modo fulminante, así que su cuerpo tenía cierta rigidez cuando comenzaron a amortajarlo. Por esta causa sus ojos habían quedado abiertos, ya que nadie cerró sus párpados en el momento del óbito....
Montaron un catafalco en la capilla y ante él fueron pasando todos los colegiales para despedirse, curso tras curso, sección tras sección, en fila india. El ambiente, lóbrego; las telas, negras; los olores, a vela; el muerto, ceroso.
Los críos, que en parte no entendían de que iba aquella fiesta, nos dedicábamos a ocultar nuestro temor con alguna gamberrada que otra; así, alguno apostó que le daría un tirón de orejas al muerto....
¡Hasta que el muerto, en plano desfile infantil, abrió los ojos de golpe!. Un alarido de mil pares de cojoncillos atronó el recinto; salieron niños disparados por encima de bancos y a través de ventanas... ¡Milagro, milagro; resucitaba!.
Pero no. Ningún milagro, que todo es más prosaico. Quien le amortajó, cerró sus párpados usando sendas tiras de celo, que los sujetaban entre si, de manera que su rostro apareciera sereno y presentable. Y lo que ocurrió es que aquella improvisación no duró...
Lo encontraron muerto en su cama. Según el médico, debió fallecer poco después de acostarse de modo fulminante, así que su cuerpo tenía cierta rigidez cuando comenzaron a amortajarlo. Por esta causa sus ojos habían quedado abiertos, ya que nadie cerró sus párpados en el momento del óbito....
Montaron un catafalco en la capilla y ante él fueron pasando todos los colegiales para despedirse, curso tras curso, sección tras sección, en fila india. El ambiente, lóbrego; las telas, negras; los olores, a vela; el muerto, ceroso.
Los críos, que en parte no entendían de que iba aquella fiesta, nos dedicábamos a ocultar nuestro temor con alguna gamberrada que otra; así, alguno apostó que le daría un tirón de orejas al muerto....
¡Hasta que el muerto, en plano desfile infantil, abrió los ojos de golpe!. Un alarido de mil pares de cojoncillos atronó el recinto; salieron niños disparados por encima de bancos y a través de ventanas... ¡Milagro, milagro; resucitaba!.
Pero no. Ningún milagro, que todo es más prosaico. Quien le amortajó, cerró sus párpados usando sendas tiras de celo, que los sujetaban entre si, de manera que su rostro apareciera sereno y presentable. Y lo que ocurrió es que aquella improvisación no duró...
3 comentarios:
Me has recordado una anécdota que nos contó mi profesor de Filosofía, un jesuita con grandes dotes narrativas que nos daba una de Platón y otra de “filandón” para hacer más llevaderas las clases.
Resulta que siendo un tierno infante, en su internado sucedió algo parecido, pero mucho más aparatoso. Uno de los padres, muy anciano, abandonó este mundo sentado en la cama mientras leía. Retirado de sus obligaciones docentes, tardaron en notar su ausencia. De manera que cuando descubrieron el cadáver ya tenía los síntomas del rigor mortis. Costó amortajarlo. Tras muchos esfuerzos consiguieron que el finado se acostase plácidamente en el ataúd. La capilla ardiente estaba en un recibidor de la portería y por él empezaron a desfilar los alumnos, entre sobrecogidos por esa atmósfera lúgubre y curiosos.
De pronto, sucedió el milagro…A los pies del féretro, el niño Nicasio farfullaba una oración con evidentes signos de querer salir de allí lo más rápido posible. Nunca había visto a un muerto y procuraba mirar al suelo más que por recogimiento por aprensión . Justo cuando abandonaba el reclinatorio se produjo la terrorífica visión. De súbito, como impulsado por un resorte, el muerto se incorporó, se alzó ante los ojos de Nicasio y se quedó sentado al tiempo que emitió un bufido al espirar el aire que le quedaba en los pulmones. Fue tal la impresión que hasta los adultos salieron despavoridos tras los rapaces que gritaban histéricos, presas del pánico. De manera que el muerto se quedó allí tercamente sentado como una estatua hasta que resolvieron amarrarlo, por si acaso.
No se había inventado el Loctite. Mire usted que meternos en aquellos berenjenales con lo pequeñicos que éramos (y lo tiernos)...
Hola Turulato, llegué a tí por medio de la bodeguita, me llamo Silvia_chivi en INTERNET soy N-A-S-A, soy de Madrid, sinceramente me ha gustado el relato y aunque no suelo dejar comentarios cuando siento que llego de nuevas y que no viene a cuento, alguna vez he pasado a reirme o por curiosidad porque me gusta como escribes. Hay relatos muy buenos.
Hoy te dejo un comentario porque me ha recordado a algo parecido a lo que pasó con mi padre, no le amortajaron bien y pasó algo parecido; ¡el susto fué tremendo claro! pero lo de fijarlo con celofán ha sido la monda!
El escrito trasmite. Yo... ¿que quires que te diga? - era una mas allí sentada presenciando todo gracias a tu descripción y a tu escrito.
Encantada! aunque no lo creas he sonreido, una tímida sonrisa pensando en que lo mismo te tocó el mismo amortajador que a mi padre o un primo suyo.
Un abrazo, N-A-S-A
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