Mi tía se había convertido en una viejecita pequeña y frágil. Tenía entonces noventa y dos años. Seguía soltera, con todo lo que implicaba eso en el comportamiento de una señorita de su generación.
En pleno verano, tras pasear y de vuelta de la iglesia, te decía en un susurro: Me ha mirado un chico. Solía contestarle siempre que ya me indicaría quien era, por comprobar si llevaba buena intención... Y cualquier tarde, volvía a susurrar: ¡Ese, ese de la gabardina!.
Contemplabas con admiración al chico.. Con su cachava, de unos 80 años... Encantador.
Cuando le presentamos a mi nuera, esta la trató de usted, con respeto, pero mía tía le contestó con una sonrisa cómplice: Tutéame hija, que si no me haces mayor.
En pleno verano, tras pasear y de vuelta de la iglesia, te decía en un susurro: Me ha mirado un chico. Solía contestarle siempre que ya me indicaría quien era, por comprobar si llevaba buena intención... Y cualquier tarde, volvía a susurrar: ¡Ese, ese de la gabardina!.
Contemplabas con admiración al chico.. Con su cachava, de unos 80 años... Encantador.
Cuando le presentamos a mi nuera, esta la trató de usted, con respeto, pero mía tía le contestó con una sonrisa cómplice: Tutéame hija, que si no me haces mayor.
2 comentarios:
Me encanta tu tía ,seguro que no se quejaba de ningun dolor por no parecer mayor !!
El universo de los niños... a veces se hace pequeño junto al de ciertos mayores!
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